viernes, 29 de diciembre de 2006

Última reflexión

Las pinturas negras son el mundo de hoy, nuestro mundo. No lean los resúmenes de fin de año de la prensa, eso es mera ilusión, sumisión al dato singular. Vayan al Prado. Vean las pinturas negras.
(José Jiménez, El tiempo también pinta, El Mundo, 28 de diembre de 2006).

Para despedir el año

Comencé a leer Estambul de Orhan Pamuk (Mondadori, 2006), tras la decepción que me causó la novela de Murakami. Es otro mundo el que me aguarda en estas páginas de recuerdos, en "Estambul como destino", el lugar en donde siempre quiso mantenerse nuestro hombre. Me fijo en las fotos, mientras leo en la cama muy temprano, en este día tan frío. Su madre tan hermosa, los dos hijos, los celos tan pronto...

El próximo día, ya será 2007, así que, ¡Feliz 2007 a todos!

jueves, 28 de diciembre de 2006

Lo que queda

La música grande dura más que el cine (...) Hecha de tiempo, la música traspasa intangible los años, salva a las imágenes de una segura decadencia.
(Antonio Muñoz Molina, Artes del tiempo, Scherzo nº 214, diciembre 2006, p. 3).

Oh muerte

¡Oh, muerte! Cuán amarga es tu memoria para el hombre que está en paz en sus posesiones, el hombre que vive sin preocupaciones y que aún tiene fuerza para lograr su caza.

¡Oh, muerte! Aceptable es tu sentencia para el hombre indigente y que carece de fuerzas, que nadie cuida de él, colmado de preocupaciones y que ha perdido la esperanza.

O mors, quam amara est, el motete con el que se acaba el LP que incluye Salmos penitenciales y motetes de Orlando di Lasso, en versión de Pro Cantione Antiqua dirigido por Bruno Turner.

martes, 26 de diciembre de 2006

Resbalando por los museos

Por la mañana, un domingo, vamos al Reina Sofía, que como ya se indica en la entrada, es tanto museo como centro de arte. La exposición que toca ver se llama Primera generación, y va sobre la colección (pequeña todavía, pero que ha costado unos dos millones de euros) de vídeo, el vídeo como soporte de un arte nuevo, pero que ya parece viejo en muchas de sus creaciones, pues lo nuevo ahora es internet y lo que se hace en la Web 2. 0. Como es domingo por la mañana, nos dejan pasar sin pagar, previo depósito de las bolsas y demás zarandajas. En la tercera planta, todo es nuestro. Vostell y Nam June Paik, para empezar y para terminar, a fin de cuentas han sido ellos los pioneros de una expresión que, en sus mejores momentos, ha sido realmente arriesgada. Ese sillón lleno de cuchillos, con una pantalla en donde uno se sienta, es un anuncio de algo, es una crítica feroz contra la televisión. También el panel de carcasas y monitores del segundo, que se adorna con vídeos del propio movimiento, es algo que impacta, aunque lo que realmente fascina es el Tejido que una mujer ha ideado, un tejido con pantallas grandes, líneas hermosas de colores irisados, y un sonido de campanas, una banda sonora para el espíritu, que se goza en una sala a oscuras. Hay momentos de puro kitsch, como ese happening con la violonchelista, de nombre artístico también, obra del coreano rabioso. Las obras de las feministas me dejan indiferente, mi amiga esboza un comentario despectivo sobre la sobaquera de la tía en cuestión, a la que le hace falta pasarle una cortadora de césped por lo menos. Hay algo repulsivo en el movimiento feminista, ya sea en su faceta artística o en la meramente social, que me hace pensar en una contrarrevolución. Un feminismo otro es posible, como ha expresado la juez decana de Barcelona. El varón castrado.

La verdad es que, por la entrevista con Berta Sichel, la encargada de Audiovisual del Museo, que apareció en un Babelia, no te dan muchas ganas de adentrarte en esta muestra. Lo mejor, el Enigma que vemos a la salida, cuando vamos en busca del ascensor transparente: es un individuo alto, de cabezota con calva pronunciada, de gafas estrafalarias; lleva ropa de mujer, una falda y unos zapatones, pero sus manos están más cerca a las de un obrero de minas. Todos sus accesorios son de mujer, pero los rasgos más marcados no dejan lugar a dudas. Y sin embargo, uno no sabe a qué atenerse. Sólo por ver esto, ha merecido la pena venir al museo en esta fría mañana de diciembre.

Por la tarde, sin saber qué hacer tras una visita relámpago al Burger King del Prado, y después de tener el culo helado mientras alimentados a unos pajaritos (al final, escena friki, un niño quiere envenenarlas dándoles patatas de esa cadena de comida rápida)..., decidimos entrar al Museo del Prado, que también es gratis en ese momento. Queremos ver, por pura inercia, la exposición temporal Lo fingido verdadero, sobre la adquisición por parte del museo de una colección de bodegones, naturalezas muertas realizadas por pintores españoles casi desconocidos. No comparto el entusiasmo del crítico del Babelia, Francisco Calvo Serraller, pero al menos paso resbalando delante de esos cuadros añejos. Resbalo también por las demás salas, sin saber qué ver, porque tras meterme en la sala de Velázquez, una opresión me embarga, y ya no sé qué hacer, si matar a la guía pedante o salir en pos del tesoro. Watteau, algo ligero para estas horas de la tarde, está en el segundo piso, y los ascensores no funcionan bien, están muy alejados. Nos quedamos mirando las cosas lúgubres de Ribera, que pinta a filósofos como pobres. Todo ahí es la España negra en sus más conseguidos colores y detalles. Por una de esas llegamos a Goya y sus Pinturas Negras, por fin algo que hace que deje de resbalar. Toda esta pintura sí que es realmente valiosa, no entiendo cómo la gente se agolpa delante de retratos burgueses y la Familia de Carlos IV. Los argentinos me parecen especialmente empalagosos. En esta parte de pinturas siniestras, hay menos gente, se respira mejor, después de dejar atrás caballos panzones y mendigos con pedigrí, por no hablar de murillescas bondades. Hay una pintura que me llama la atención por encima de otras, tal vez por ser la más nimia y casi pasar desapercibida: el que muestra una cabeza de perro hundido, ¿en la arena? Un cuadro metafísico, tremendo.

Salimos al aire frío de la tarde, casi ya noche, todo está vallado, el hombre sigue con su violín eléctrico, su Vivaldi para los pájaros extraviados de la tarde. La vida aquí fuera en sus colores que ningún pintor podrá atrapar jamás.

Demasiadas vueltas

Murakami es un novelista defectuoso. Comienza muy bien y luego decepciona. Como en esta crónica del pájaro que da cuerda al mundo, en donde el narrador nos cuenta su vida diaria pormenorizada, y luego, hacia la página 350 o un poco más, nos comienza a ocultar cosas, hay muchas elipsis, y lo que había sido hasta entonces una novela de corte fantástico, se convierte en una trama detectivesca que satura por la cantidad de información, la aparición de personajes menos fascinantes (como Nutmeg y Cinnamon Akasaka), la desaparición de los que nos atraían más, como las hermanas Kano, Creta y Malta. Es verdad que Murakami acumula tantas historias, que algunas tienen por fuerza que ser peor que otras, que no siempre mantiene el mismo nivel, y que ese grado de realismo conseguido con la narración del teniente Mamiya sobre lo que pasó antes de Nomonhan, no se puede mantener en lo que sigue; Murakami, como buen japonés contemporáneo, gusta mucho de las historias retorcidas, cuanto más mejor. Si el que un hombre sea desollado vivo en una incursión en tiempos de guerra, puede entenderse hasta cierto punto (aunque la crueldad es intolerable), actos como el permanecer Toru tres días en el interior de un pozo seco ya no se entienden tanto; ni el que se quede días enteros mirando a la multitud, ni la extraña erótica de una marca azulada en su mejilla, cuando sale de la reclusión del maldito pozo de la casa abandonada. La verdad es que de la página 400 a la 500, la lectura se me hizo bastante tortuosa, por no decir que fue una auténtica tortura, si encima le sumamos que estamos en navidad y que ando con un resfriado que siempre es molesto.

But each time I recognized that fact; reality felt a little less real. Reality was coming undone and moving away from reality, one small step at a time. But still, it was reality
(p. 313). Toru, cuando está haciendo el amor con Creta Kano.

En realidad, y como el mismo escritor ha reconocido en alguna entrevista, de lo que de verdad trata este libro es de la identidad, algo que para nosotros europeos es algo relativamente fácil de captar, porque de hecho llevamos más de cien años dándole vueltas a lo mismo (yo y el otro, etc.), pero que para un japonés es casi un misterio, ya que ni en su mismo idioma hay una palabra para "identidad". Por eso, ese juego constante con la imagen ante el espejo, el self que cambia según las marcas del cuerpo, las vidas distintas según los acontecimientos (esto es muy claro en el personaje de Creta, que al principio no podía soportar el dolor que era ella entera; luego de prostituta ya no sentía nada; luego, al ser violada salvajemente por Noboru, volvió a esa realidad inicial, aunque de otra manera). También Kumiko, la mujer del narrador, que ha huido, se siente otra, y es éste el misterio mayor, el que Toru quiere aprehender para hacer que todo vuelva al inicio, cuando sabe de otra manera que es imposible. Lo cambiante de la naturaleza humana se enlaza con el problema del mal, algo que lleva mucho tiempo. El mal está presente tanto en la guerra expansionista de Japón, en los años 30 del pasado siglo, como en personajes turbios como Noboru Wataya o su servidor Ushiwara. El mal es lo incomprensible, ese rincón al que no se puede llegar, y que tiene que ver con la crueldad gratuita, como la muerte del marido de Nutmeg en un hotel, de una manera particularmente salvaje.

Pero como vemos hacia la página 500, en el último tramo del libro, todo está conectado (todo fluye, o se obstaculiza ese flujo, y entonces empieza el dolor más hondo). Los personajes de ahora con los del siniestro pasado de Japón; Mr Honda, el teniente Mamiya, Nutmeg, su padre el veterinario del zoo en donde tuvo lugar esa masacre de animales, que también tenía esa marca azulada, como la de Toru... Todo conduce hacia el problema de la culpa, de un país que asoló a sus vecinos, sin tener en cuenta el dolor que causaba, todo por una causa malévola en grado extremo. El libro está lleno de pérdidas, empezando por la del gato de Toru y Kumiko. Lo que se ha perdido no se puede recuperar, pero tampoco se puede borrar, como de una pantalla parpadeante, lo que se ha vivido. Esta novela está llena de símbolos, de actos incomprensibles, de capítulos prescindibles y de otros muy valiosos.

And every time the wind-up bird came to my yard to wind its spring, the world descended more deeply into chaos
(p. 125).

jueves, 21 de diciembre de 2006

Desencanto

El cine es un arte imperfecto. Mi entusiasmo de los años noventa se ha ido apagando poco a poco, y la verdad es que me duele, me siento un poco vacío. Hace ya un tiempo, unos cuantos años, que voy a la Filmoteca Española, en el cine Doré de Madrid (querida calle Santa Isabel), pero eso no ha conseguido que recupere la anterior fiebre por las películas. Yo creo que, como decía la canción, son cosas de la edad, me hago viejo demasiado pronto, y aquel fuego que necesitaba para el arte que es "casi como un sueño" se ha desvanecido. No por completo, por suerte, pero ahora sólo quedan los rescoldos. Cuando conté en El Perro Cansado el cierre de varios cines en Málaga, entre ellos mi querido cine Victoria, no sólo estaba constatando un hecho puntual, sino la muerte de un tiempo, mi tiempo, el de mi afición por las viejas películas extrañas, desde los tiempos del cine-club universitario. Ahí aprendí a amar este séptimo arte, sin caballerías ni espantos, un cine de imágenes y de pensamientos escurridizos, un cine caótico, como las novelas de Murakami, con esos personajes que no saben bien en qué lado se encuentran, como en las películas malditas de David Lynch, y me acuerdo de aquellos carteles hechos a la vieja usanza, que ponían en el Astoria, otro que ya no está. Murió algo más importante que una sala, falleció esa cosa que nos hacía palpitar, a los viejos y nuevos cinéfilos. Madrid es otra cosa, a la Filmoteca va todo quisque porque es barata la sesión, hay bonos de estudiantes, y adentro se está calentito en invierno. Todas las sesiones están llenas, ya echen una de Welles o un bodrio como Cielo líquido o alguna de SF insufrible, que también me he tragado por puro descuido o inercia.

¿Qué ha sucedido? ¿se cumple lo que dice Peter Greenaway, que el cine es un arte ya cadáver, que lo que empezó como revolucionario, ha devenido academia y de la peor clase, que el cine se limita a ilustrar novelas? Un poco es así. No es que uno guste de los experimentos del inglés, que es posible, lo que no se aguanta ya es la ficción, por eso últimamente me han conmovido sólo documentales, ya sean de Michael Moore, de la crisis argentina o esa joya que es El cielo gira. El documental, como la fotografía realmente sincera, la que no se rinde a la moda o a las manipulaciones políticas, no miente. Asaltar los cielos fue un punto de inflexión. El ciclo documental del Festival de Cine Español Málaga un lugar para reflexionar.

No puedo apenas ver películas que no sea en pantalla grande, por lo que cada vez veo menos (pero las que ví en TV, ¿adónde fueron a parar, que apenas las recuerdo ya, salvo algunas muy raras?). Hay películas que sólo tienen sentido contadas como están, con las imágenes así, sin ningún cambio. Hay todavía películas que me hacen pensar en el mundo, como Munich o El jardinero fiel, o la maravillosa Brokeback Mountain. Pero tengo el sentimiento de que llegará el día en que me quede sólo viendo esas joyas del pasado, en alguna colección, en DVD u otro formato nuevo que salga por entonces. No quiero terminar así, como uno de esos espectadores muertos que se refugian en el pasado, porque todo lo pasado parece brillante, porque el tiempo borró las aristas. Me gustaría seguir descubriendo nuevas maravillas, aunque es muy difícil, tal y como está el panorama de gastado. Frente al despliegue tecnológico, el cine que me sirve es cada vez más artesanal y simple. Frente a los videojuegos y el "cine en corto" de internet, lo que me mueve y me entusiasma es la defensa de la revolución por gente como Godard.



La música es lo que realmente me excita.

Si el cine fuera nuestra música para un momento, y luego morir...

Festival John Cage



Parte del escenario del concierto del sábado 16 de diciembre (19 hrs.) en La Casa Encendida.

Radio recuerdos

Estoy escuchando Clásicos Populares, ese programilla de la sobremesa que me resulta hartante (pero a veces lo pongo, está también en Radio 1, no hay manera de escuchar otra cosa a esas horas), cuando conectan con Roberto Alagna para que dé explicaciones sobre el incidente del día 7 de este mes en La Scala milanesa. El cantante, atribulado aún, sin haber dormido en los últimos días, cuenta poco a poco y dando detalles lo que ocurrió. Me entero en esos momentos, porque antes he oído campanas sin saber bien dónde. Sólo había escuchado que otro tenor salió a sustituirle, en vaqueros, se dice. En efecto, tras el abucheo inesperado para el cantante, se largó, dijo que el suelo se hundía bajo sus pies, y tuvo que salir el otro. Ahora Lissner dice que no puede continuar. Alagna no se explica lo sucedido, porque esa noche cantó muy bien, fue justo la representación tras el estreno. Trató de cantar como el público quería, pero éste no le perdonó unas declaraciones en la prensa, en donde había criticado un poco a ese mismo público. Y pienso, mientras oigo esto, en la otra vez en que le entrevistaron en este mismo programa, cuando lo del CD con las canciones de Luis Mariano. Ahora el ambiente es muy distinto, este hombre parece hundido, y en la despedida le dan ánimos, pero todo es un poco turbio. Cuando abro el El País del 15 de diciembre, el pasado viernes, veo que viene una entrevista con él, en donde viene a decir lo mismo, pero con más detalles y palabras escritas. A lo mejor no es gran cosa, pero lo del complot es casi seguro. Si alguien en la misma puerta ya lo amenazó, si en su camerino había otro calentando la voz, si está Lissner de por medio, entonces hay lío...

Pienso en la radio, hace muchos años, cuando Radio 3 era realmente cultural (y no cultureta como ahora), cuando existía Radiocadena española, hasta Radio 4... Programas que me marcaron: Rosa de sanatorio, con José Luis Moreno Ruiz, en donde escuché por vez primera a Albert Pla en catalán, a Corcobado, y a otras rarezas inclasificables. Y todo esto aderezado con escritos del propio presentador (bajo los efectos del Nolotil) y de surrealistas divinos, poesía de Bergamín, de Buñuel, de Cernuda, quién sabe. Hay que tener en cuenta que lo echaban de 2 a 3 de la mañana, y que yo no dormía para escucharlo, en una vieja radio portátil, un trasto que sin embargo me acompañó todo aquel tiempo, yo creo que la misma que un colega y yo robamos del instituto en una de nuestras incursiones salvajes. En el instituto me aburría muchísimo, sobre a todo a partir de 2º de BUP, y lo que podía hacer para escapar era escuchar la radio, escribir, escribir y leer, y ver películas en casa de este amigo salvaje (ahora está hecho un satánico asqueroso). En la radio 3 de entonces se podía escuchar poesía, de hecho yo mandé algún que otro trabajito, y recuerdo que me invitaron a ir a la radio, pero estaba solo, no tenía quién me acompañara, se lo dije a Claudio pero no quiso. Yo por entonces no conocía a ninguna bruja, por suerte o por desgracia. Cuando llegó esa música belga asquerosa, el acid house y toda esa morralla, dejé poco a poco de escuchar esa emisora. Cámara de ecos estaba bien y ponía música gótica y extraña, pero Síndrome de plástico, con un presentador de lo más imbécil, me sacó de quicio, me expulsó de mi paraíso de color negro. Lo mejor: en Radiocadena, a las señales horarias, una pieza de música malagueña, aquí también hubo movida, y de las buenas. Ahora esos nombres de grupos me traen recuerdos de tardes que se convertían en noches suaves, en tardes con campanas azules: El Correo del Zar, Siete Siglas, Etílicos, nombres que resuenan como flores salvajes en un jardín abandonado. Poesía contra la soledad, una habitación, un ambiente deprimente, unos vecinos que sólo escuchaban Max Mix 3 o Modern Talking...

miércoles, 20 de diciembre de 2006

Energía para el planeta

Una pareja pacifista convoca a la humanidad a un "Orgasmo Mundial por la Paz" el 22 de diciembre

Una pareja de pacifistas de California (EE UU) ha convocado a la humanidad a "un orgasmo mundial por la paz" el 22 de diciembre, la fecha del próximo solsticio, con la esperanza de crear una masa crítica de vibraciones favorables a la armonía.

Según Donna Sheehan y su compañero Paul Reffel, la idea es "efectuar un cambio en el campo de energía de la Tierra mediantte la inserción de la mayor carga posible de energía humana". Por ello, la pareja ha colocado un anuncio en internet (www.globalorgasm.org).

"Éste es uno de esos proyectos que sólo pueden tener impacto mundial gracias a la red", añaden. La idea es simple: el 22 de diciembre los participantes están invitados a "concentrar sus pensamientos en la paz, durante y después del orgasmo".

Sheehan, de 76 años, y Reffel, de 55, ya han impulsado numerosas demostraciones a escala mundial y han organizado manifestaciones contra la guerra antes de que Estados Unidos invadiera Irak en el año 2003. En 2002, Sheehan movilizó a casi 50 mujeres que se desnudaron y formaron con sus cuerpos la palabra peace (paz) en una propiedad del Condado Marin, en California.

"El orgasmo proporciona un increíble sentimiento de paz durante el mismo y después", ha afirmado Sheehan. "Tu mente queda como en blanco". "Es similar a un estado de meditación. Y se ha demostrado que las meditaciones colectivas logran cambios".

El objetivo de la convocatoria es que tal inyección de "energía positiva y altamente concentrada" reduzca "los actuales niveles peligrosos de agresión y violencia en todo el mundo".


(Noticia aparecida en un "periódico" local, muy local.)

P.D. ¡Wilhem Reich vive! Y yo que pensaba que estos gurús californianos habían muerto..., pero no, siguen vivos y coleando, y una prueba la tuve este pasado fin de semana en La Casa Encendida de Madrid con el Festival John Cage. Con la diferencia de que Cage no quería salvar el planeta, sólo que escucháramos todos los sonidos del mundo.

La radio al día



No podría contar mis días sin la presencia amable y amiga de la radio. Como hace meses que no veo la tele, dedico un tiempo precioso a escuchar la radio, Radio 1 y Radio Clásica, de RNE. El día 11 todos los diarios traían en portada la noticia más esperada, la muerte del dictador terrible, uno de los más siniestros del siglo XX, que no estuvo corto de ellos. Murió sin juzgar, y eso del juicio de la historia sirve de poco a las muchas víctimas por todo el cono sur. Marcos Roigman estuvo en La Plaza, de Beatriz Pécker, y dijo algunas cosas muy claras, hasta el punto de que la dicharachera presentadora se quedó casi sin palabras (es lo que pasa cuando de repente se pasa de lo banal a lo que realmente importa). Dijo este profesor que lo que ahora tenemos es un social-conformismo, y que lo que sería deseable es una defensa de la auténtica democracia, un tomar partido por la dignidad humana. Parece mentira que sea tan difícil escuchar palabras en el espíritu querido de Hannah Arendt.

Blas de Otero y la poesía social, la más cercana, la más necesaria entonces, frente a la poesía blandengue, también inocua, de hoy día (la poesía de estos tiempos conformistas, esteticistas). Documentos RNE es mi programa favorito de los fines de semana, junto al de Pierre Eli Mamou.

En la noche suena Art Pepper y su cuarteto, agosto de 1981, en la sala Maiden Voyage de L. A. Una música que es apta para ese momento del día, cuando el sueño está cerca, y los ángeles nos han abandonado, sólo hay mujeres extrañas en la puerta de un bar, en una esquina de mala muerte. En la música de nadie, una invitación a la oscuridad, un viaje a la posmodernidad cansada, el mundo de la mente. Hay unos seres que se desplazan por la soledad, es de noche y hay un piano raro, como la música de Milton Babbitt, sus solos y duetos, ese virtuosismo que sabe que hay muchas posibilidades abiertas. Morton Feldman es ese monstruo nocturno que sabe que el sonido no se acaba nunca, se transforma casi de manera invisible, es una copa rota en la acera, es una meditación sobre nada, sobre la nada.

Me voy a la cama con esta frase: Los libros, aunque los tomamos por consuelo, sólo añaden profundidad a nuestra desdicha. Está en Me llamo Rojo de Orhan Pamuk, Alfaguara, 2003, p. 465.

Fin de año

Acaba el año Mozart y decido escuchar algo suyo, aunque sea enlatado. Pongo un vinilo de la serie Great Performances de CBS, con las sinfonías 40 y 41, por la Orquesta de Cleveland y Szell dirigiendo. Me gusta sobre todo la interpretación de la excelente 41, con ese final contrapuntístico y la coda en fugato, realmente espléndida. Es la misma obra que cerró el programa del pasado fin de semana de la ONE dirigida por Pons, y que no escuché porque ya estaba un poco saturado de conciertos (cuatro en dos días). También consigo algunas sinfonías mozartianas en versión de Josef Krips dirigiendo a la Orquesta del Concertgebouw (Philips), grabaciones de referencia, sobre todo las de las sinfonías 25 a 29.

Frente a esta magia imperecedera, La música del diablo de Miguel Ángel Prieto insiste en lo mismo de siempre, las leyendas urbanas del rock, ésas que todos conocen y que se asocian con la parte demoníaca de una música que nació del espíritu de lucha negro y que acabó bailando en la misma pista de hollín, todos en el mismo barco que naufraga. Una música ya inocua. Calamaro, otro que dice jugó con los tópicos--el infierno quedó atrás, ahora vive de las rentas; pero aquí no puede haber vida sana ni nada creativo.



Hao-Fu Zhang, y su obra para cuarteto y clarinete: los cuartetos nº 2 y 3, y el Quinteto para clarinete, con el Cuarteto Danel (Cypres): si el nº 2 es un sentido homenaje a Edison Denísov, el nº 3 presenta influencias claramente del folklore chino, mientras que en el quinteto hay ecos maravillosos de Messiaen y su Cuarteto para el fin de los tiempos. Música difícil, pero que juega con la tradición sabiamente, y que necesita más de una escucha.

martes, 19 de diciembre de 2006

Ruido

--¿Y si la muerte no fuera otra cosa que ruido?/ --Un ruido eléctrico/ --Que oyéramos eternamente. Un ruido omnipresente. Qué horror/ --Uniforme, de fondo.

Ruido de fondo, Don DeLillo.



Leo The Wind-up Bird Chronicle, de Haruki Murakami, Harvill. Como ya dijera Rodrigo Fresán en su reseña en el Babelia de 2001, estamos ante una novela que pertenece al grupo de los bosques salvajes, mientras la anterior suya que leí se queda en el otro grupo, el de las obras más ligeras con personajes inmersos en extrañas y devastadoras historias de amor, el bosque noruego por ejemplo. Aquí los personajes, en la novela del pájaro que da cuerda al mundo, son extraños asimismo, pero son mucho más turbios, y lo que le sucede al narrador protagonista es mucho más confuso y abismal que lo que le pasaba al protagonista de la novela más reciente. Toru Okada tiene treinta años, la edad de las crisis fuertes para los seres con temperamento artístico, como ha dicho en una entrevista Nick Hornby. Su mujer acabará dejándolo, en la segunda parte de la larga historia, y él entonces inicia un descenso real a esas profundidades, que ya le aconsejara Mr Honda años atrás. Muros y pozos, las dos caras de un mismo asunto, el descubrimiento de esas cosas desconocidas que nos habitan, y que sólo logramos captar, en parte, en los momentos de mayor peligro. Toru pasa de no hacer casi nada, a que le pasen muchas cosas en muy poco tiempo, ese verano y el otoño que sigue de 1984. Hay mujeres, mujeres fatales, que él va encontrando como por magia negra, en esas pocas semanas de angustia y sorpresa continuas. Malta Kano, por ejemplo, la vidente que no está de ninguna parte; Creta Kano, su hermana, un ser decididamente turbador, que ha sido violada por Noboru Wataba, el siniestro hermano de Kumiko, la mujer huida de Toru... También está esa vecina de 16 años, May Kasahara, la chica de la casa solitaria, que Toru se encuentra cuando busca a su gata perdido. Parece obsesionada con la muerte, es una chica en apariencia frívola, pero que poco a se revela más madura de lo que parece (ella es la que le pone el apodo de Mr Wind-up Bird). Y no nos olvidemos de la chica misteriosa que llama por teléfono para insinuarse, sexo telefónico que turba al narrador tanto que acaba teniendo sueños húmedos, en la situación crítica en la que se encuentra.

Hay un par de capítulos que parecen un poco extraños frente a este conjunto, y son los que presentan al teniente Mamiya, un hombre de otra época, que ha vivido una experiencia fundamental en un tiempo ya lejano para el narrador, y que sin embargo, frente a lo "nimio" de los otros hechos, se convierte en la parte más intensa de esta primera mitad de la novela, con la descripción pormenorizada de lo que le pasó allí en Mongolia, el sufrimiento, no sólo de él sino de otros soldados, dolor inimaginable que incluye un hombre desollado vivo.

Murakami construye, poco a poco, en capítulos breves que se dividen en su interior, una especie de descenso a los infiernos del hombre de nuestro tiempo; nos lleva por caminos torcidos para mostrarnos cuán extraña es la realidad que creemos sólida; reflexiona sobre un montón de temas, repite actos una y otra vez (tomar café, chupar caramelos de limón, el teléfono que suena, los paseos por esa parte trasera de la barriada), nos lleva al lado oscuro de una existencia que sólo se muestra en su superficie.