martes, 26 de diciembre de 2006

Demasiadas vueltas

Murakami es un novelista defectuoso. Comienza muy bien y luego decepciona. Como en esta crónica del pájaro que da cuerda al mundo, en donde el narrador nos cuenta su vida diaria pormenorizada, y luego, hacia la página 350 o un poco más, nos comienza a ocultar cosas, hay muchas elipsis, y lo que había sido hasta entonces una novela de corte fantástico, se convierte en una trama detectivesca que satura por la cantidad de información, la aparición de personajes menos fascinantes (como Nutmeg y Cinnamon Akasaka), la desaparición de los que nos atraían más, como las hermanas Kano, Creta y Malta. Es verdad que Murakami acumula tantas historias, que algunas tienen por fuerza que ser peor que otras, que no siempre mantiene el mismo nivel, y que ese grado de realismo conseguido con la narración del teniente Mamiya sobre lo que pasó antes de Nomonhan, no se puede mantener en lo que sigue; Murakami, como buen japonés contemporáneo, gusta mucho de las historias retorcidas, cuanto más mejor. Si el que un hombre sea desollado vivo en una incursión en tiempos de guerra, puede entenderse hasta cierto punto (aunque la crueldad es intolerable), actos como el permanecer Toru tres días en el interior de un pozo seco ya no se entienden tanto; ni el que se quede días enteros mirando a la multitud, ni la extraña erótica de una marca azulada en su mejilla, cuando sale de la reclusión del maldito pozo de la casa abandonada. La verdad es que de la página 400 a la 500, la lectura se me hizo bastante tortuosa, por no decir que fue una auténtica tortura, si encima le sumamos que estamos en navidad y que ando con un resfriado que siempre es molesto.

But each time I recognized that fact; reality felt a little less real. Reality was coming undone and moving away from reality, one small step at a time. But still, it was reality
(p. 313). Toru, cuando está haciendo el amor con Creta Kano.

En realidad, y como el mismo escritor ha reconocido en alguna entrevista, de lo que de verdad trata este libro es de la identidad, algo que para nosotros europeos es algo relativamente fácil de captar, porque de hecho llevamos más de cien años dándole vueltas a lo mismo (yo y el otro, etc.), pero que para un japonés es casi un misterio, ya que ni en su mismo idioma hay una palabra para "identidad". Por eso, ese juego constante con la imagen ante el espejo, el self que cambia según las marcas del cuerpo, las vidas distintas según los acontecimientos (esto es muy claro en el personaje de Creta, que al principio no podía soportar el dolor que era ella entera; luego de prostituta ya no sentía nada; luego, al ser violada salvajemente por Noboru, volvió a esa realidad inicial, aunque de otra manera). También Kumiko, la mujer del narrador, que ha huido, se siente otra, y es éste el misterio mayor, el que Toru quiere aprehender para hacer que todo vuelva al inicio, cuando sabe de otra manera que es imposible. Lo cambiante de la naturaleza humana se enlaza con el problema del mal, algo que lleva mucho tiempo. El mal está presente tanto en la guerra expansionista de Japón, en los años 30 del pasado siglo, como en personajes turbios como Noboru Wataya o su servidor Ushiwara. El mal es lo incomprensible, ese rincón al que no se puede llegar, y que tiene que ver con la crueldad gratuita, como la muerte del marido de Nutmeg en un hotel, de una manera particularmente salvaje.

Pero como vemos hacia la página 500, en el último tramo del libro, todo está conectado (todo fluye, o se obstaculiza ese flujo, y entonces empieza el dolor más hondo). Los personajes de ahora con los del siniestro pasado de Japón; Mr Honda, el teniente Mamiya, Nutmeg, su padre el veterinario del zoo en donde tuvo lugar esa masacre de animales, que también tenía esa marca azulada, como la de Toru... Todo conduce hacia el problema de la culpa, de un país que asoló a sus vecinos, sin tener en cuenta el dolor que causaba, todo por una causa malévola en grado extremo. El libro está lleno de pérdidas, empezando por la del gato de Toru y Kumiko. Lo que se ha perdido no se puede recuperar, pero tampoco se puede borrar, como de una pantalla parpadeante, lo que se ha vivido. Esta novela está llena de símbolos, de actos incomprensibles, de capítulos prescindibles y de otros muy valiosos.

And every time the wind-up bird came to my yard to wind its spring, the world descended more deeply into chaos
(p. 125).

1 comentario:

En el fotograma dijo...

Lector riguroso que comentas cómo escribe Murakami. Es una introducción valiosa, para quies apenas sí le conocemos por la fama que tiene.

Sobre las historias abigarradas. lo relacioné con Roberto Bolaño, que en "Los detectives salvajes" cuenta muchas historias, alguna breves, por boca de sus protagonistas, como otras más articuladas. Y claro, la proyección es otra. La novela de Bolaño se torna entrañable e inolvidable. Lo sabes.

Iré a la Biblioteca, para leer a Murakami.


Salute, Lukas.