martes, 19 de diciembre de 2006

Ruido

--¿Y si la muerte no fuera otra cosa que ruido?/ --Un ruido eléctrico/ --Que oyéramos eternamente. Un ruido omnipresente. Qué horror/ --Uniforme, de fondo.

Ruido de fondo, Don DeLillo.



Leo The Wind-up Bird Chronicle, de Haruki Murakami, Harvill. Como ya dijera Rodrigo Fresán en su reseña en el Babelia de 2001, estamos ante una novela que pertenece al grupo de los bosques salvajes, mientras la anterior suya que leí se queda en el otro grupo, el de las obras más ligeras con personajes inmersos en extrañas y devastadoras historias de amor, el bosque noruego por ejemplo. Aquí los personajes, en la novela del pájaro que da cuerda al mundo, son extraños asimismo, pero son mucho más turbios, y lo que le sucede al narrador protagonista es mucho más confuso y abismal que lo que le pasaba al protagonista de la novela más reciente. Toru Okada tiene treinta años, la edad de las crisis fuertes para los seres con temperamento artístico, como ha dicho en una entrevista Nick Hornby. Su mujer acabará dejándolo, en la segunda parte de la larga historia, y él entonces inicia un descenso real a esas profundidades, que ya le aconsejara Mr Honda años atrás. Muros y pozos, las dos caras de un mismo asunto, el descubrimiento de esas cosas desconocidas que nos habitan, y que sólo logramos captar, en parte, en los momentos de mayor peligro. Toru pasa de no hacer casi nada, a que le pasen muchas cosas en muy poco tiempo, ese verano y el otoño que sigue de 1984. Hay mujeres, mujeres fatales, que él va encontrando como por magia negra, en esas pocas semanas de angustia y sorpresa continuas. Malta Kano, por ejemplo, la vidente que no está de ninguna parte; Creta Kano, su hermana, un ser decididamente turbador, que ha sido violada por Noboru Wataba, el siniestro hermano de Kumiko, la mujer huida de Toru... También está esa vecina de 16 años, May Kasahara, la chica de la casa solitaria, que Toru se encuentra cuando busca a su gata perdido. Parece obsesionada con la muerte, es una chica en apariencia frívola, pero que poco a se revela más madura de lo que parece (ella es la que le pone el apodo de Mr Wind-up Bird). Y no nos olvidemos de la chica misteriosa que llama por teléfono para insinuarse, sexo telefónico que turba al narrador tanto que acaba teniendo sueños húmedos, en la situación crítica en la que se encuentra.

Hay un par de capítulos que parecen un poco extraños frente a este conjunto, y son los que presentan al teniente Mamiya, un hombre de otra época, que ha vivido una experiencia fundamental en un tiempo ya lejano para el narrador, y que sin embargo, frente a lo "nimio" de los otros hechos, se convierte en la parte más intensa de esta primera mitad de la novela, con la descripción pormenorizada de lo que le pasó allí en Mongolia, el sufrimiento, no sólo de él sino de otros soldados, dolor inimaginable que incluye un hombre desollado vivo.

Murakami construye, poco a poco, en capítulos breves que se dividen en su interior, una especie de descenso a los infiernos del hombre de nuestro tiempo; nos lleva por caminos torcidos para mostrarnos cuán extraña es la realidad que creemos sólida; reflexiona sobre un montón de temas, repite actos una y otra vez (tomar café, chupar caramelos de limón, el teléfono que suena, los paseos por esa parte trasera de la barriada), nos lleva al lado oscuro de una existencia que sólo se muestra en su superficie.

1 comentario:

En el fotograma dijo...

Conecto a la novela, no sé por qué con el titulo de tu nueva bitácora.

Bueno, Lukas, si cuentas así lo que has leído, imposible poner distancia ante este torrente de palabras tuyas. Gracias.

Esos personajes delineados con el peso de la angustia, excepto la chica que le pone una especie de apodo al protagonista principal, son inquietantes. De hecho, la inquietud que se vislumbra es lo que me queda de tu post.


Con el color blanco veo, que te va bien: es como un horizonte abierto.

Gran salute, recordado Lukas, y un abrazo.

V.